M dice que
que tenga sueño (sin “s”) es bueno, que eso significa que hago caso a mi cuerpo
y no a mis pensamientos. Así que hago
caso a mi cuerpo y sus deseos y como tengo ganas de ir al cine, voy al cine cada
día. También tengo ganas de leer y de pasear.
De estar en casa y de escribir. Y eso hago.
Si todo eso
lo manda mi cuerpo, está claro que es mucho más listo que yo.
Mi cuerpo también
dice que le echa de menos, que le gusta el chocolate y las mandarinas y que necesita
andar más despacio.
Saliendo de
ver a M, tomo el primer autobús que pasa delante de mí, porque es el número 7,
y me gusta, y con que me lleve al centro tengo bastante, pero me da por
preguntar al conductor y me cuenta que el 7 va exactamente adonde quiero ir.
Sincronías,
diría M.
Muchas mañanas
me quedo embobada mirando el cielo amanecer desde otro autobús que pasa por esa
zona hasta dejarla atrás, y me enamoro de todos los edificios que el sol toca. Edificios
de metal, cemento y cristal que me parecen honestos, robustos, grandes, inocentes
y sencillos. A uno de ellos le he hecho mil fotos cuando ambos aún estamos
dormidos, amaneciendo los dos; con el sol a sus espaldas, él. Con el sol
achicándome los ojos, yo.
Hoy bajé del
7 y le pregunté a un señor. Ven, ven… que desde aquí no
se ve... Le he seguido unos dos metros... Ves, es ese edificio tan feo de ahí.
En fin, tal
vez la belleza tenga que ver con conocerse, con los amaneceres juntos o con ser honestos y sencillos.
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